La Calle
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Librería
Primera parada del itinerario: la cueva de Zaratustra en el Pretil de los Consejos. Detrás de ese retrato de librero taimado y fullero
del librero Zaratustra, de la figura “abichada y gibosa”, se esconde el librero y editor Gregorio Pueyo, muy familiar entre los escritores en el Madrid de principios del siglo XX. Al entrar en la cueva de Zaratustra de la mano de Valle Inclán, entramos en un mundo grotesco, un mundo mezclado donde los animales presentan cualidades humanas y los seres humanos derivan hacia animales.
La cueva de Zaratustra puede verse como un microcosmos no solo de la bohemia, sino de toda España que es cegada por la insensibilidad atribuible a la iniquidad o la ilusión.
Lo grotesco se percibe como notas que quiebran la tradicional escala melódica cuando el loro, el chico pelón
o el gato dan sus acordes estridentes en la tertulia de la cueva.
ESCENA 2.
La cueva de Zaratustra.
El propio Zaratustra, a través del contraste entre luces y sombras generadas por la vela encendida, con su media cara en reflejo y otra media en sombra, parece que su nariz se dobla sobre una oreja, como en un primer plano que podríamos encontrar en una película expresionista alemana.
Gabinete del doctor Caligari
La librería de Pueyo estaba en la calle Mesonero Romanos 10, y era una librería de viejo y de nuevo; los libros nuevos que vendía eran sólo los que editaba él, para no hacerse competencia a sí mismo.
Fue el editor del Modernismo. En las tertulias celebradas en la trastienda de su local se fraguaron los tratos para la publicación de obras de Villaespesa, Salvador Rueda, Valle-Inclán, Díez-Canedo y Manuel y Antonio Machado, y también los americanos Amado Nervo, Santos Chocano y Gómez-Carrillo aparecen en los catálogos de Pueyo, y lo más meritorio es que aparecen con sus obras primerizas, cuando aún no eran poetas famosos, en una época en que lo habitual era que los primeros libros de poemas los imprimiera el autor a su costa.
“Estas cosas de la literatura tienen su pro y su contra. Hay autor que nunca se vende. Otros se venden cuando menos se espera, y los hay, que una vez muertos los reputan genios y entonces se venden de un modo prodigioso. Es el eterno calvario y no hay modo de sustraerse a él”.
Gregorio Pueyo
A Pueyo le gustaba sentirse mecenas de los jóvenes escritores, quienes le subrayan y retratan haciéndole aparecer una y otra vez en sus volúmenes de memorias y de ficción junto a la cofradía de los bohemios y luchadores del ideal.
De una forma u otra, su local es un espacio mítico en la historia de Madrid y en el imaginario modernista hispánico. Pero como de imaginario no se come, el editor, para compensar las pérdidas que le ocasionaban los poetas modernistas, editó novelas eróticas y a veces pornográficas.
De manera que en el catálogo de Pueyo se entremezclan sutiles poetas de cisnes y nenúfares con sicalípticos narradores de historias escabrosas. Y junto a las portadas de mujeres exuberantes se alinearon, en el escaparate de Mesonero Romanos 10, las sobrias portadas de cuidada tipografía: junto a “Soledades. Galerías.
Otros poemas”, títulos como “La cópula: novela de amor” o “La de los ojos color uva”.
En el catálogo de la editorial también convergen libros dedicados a movimientos o filosofías propias del momento histórico que le tocó vivir a Gregorio Pueyo, como la masonería, el espiritismo, las ciencias ocultas o la teosofía. Si bien es cierto que no editó ningún libro masónico, sí que tenía a la venta muchos libros de esta temática; no en vano, el ex libris de la editorial, diseñado por Juan Gris, encierra una clara simbología masónica.
La teosofía es una filosofía ecléctica en la que confluyen tanto doctrinas idealistas como racionalistas. Procura un estudio comparado de las religiones para reconciliarlas e intentar alcanzar la sabiduría divina. Gregorio Pueyo creó una “Biblioteca Teosófica” que contribuyó al desarrollo y divulgación de este movimiento en España.
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Callejón del Gato
En su último zascandileo nocturno, Max Estrella no recorre esta callejuela en cuyos muros se encuentran desde mediados del siglo XIX dos espejos deformantes: uno cóncavo y otro convexos que entonces, de cuerpo entero, eran el reclamo comercial de la ferretería allí situada. Aunque Max no recorre físicamente este callejón, situado entre la calle de la Cruz y la de Núñez de Arce, atajo par ir del centro al Ateneo, el Teatro Español y de allí de vuelta a las innumerables tertulias del centro, Max lo nombra entre alucinaciones en la madrugada, momentos antes de callar para siempre:
Los espejos como fuente de deformación y, en concreto, los del callejón madrileño. Max Estrella, tirado en mitad de la calle, hace su testamento poético. Replica así a su admirado Víctor Hugo quien también está presente en este momento de agonía a través de la visión alucinada de su entierro. En 1827, en el prólogo a su drama romántico “Cromwell”, Victor Hugo consideró el drama como espejo de concentración que, en vez de debilitar, recoge y condensa los rayos colorantes, que den claridad, que hagan luz y de la luz, llama.
ESCENA 12.
Los héroes clásicos han ido a pasearse al Callejón del gato.
“Son las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo”
La lámpara maravillosa, 1916.
Max Estrella va un paso más allá señalando lo absurdo de las imágenes más bellas cuando se observan en un espejo cóncavo. Esta deformación voluntaria y sistemática da en su conjunto una visión grotesca del hombre en una circunstancia histórica dada; cargada de crítica, subraya el absurdo al que se ha llegado. Esta operación, da lugar al esperpento valleinclanesco. Pero éstos, los del Callejón del Gato, no son los únicos espejos que encontramos, como tampoco es uno el lenguaje que presenta la obra. En LUCES DE BOHEMIA convive la voz de la calle madrileña con tonillo achulado, el cultismo, las creaciones metafóricas, a veces de regusto coloquial y otras veces ostentoso para hacernos llegar un mensaje desgarrado: la dolorida protesta de Valle-Inclán.
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Madrid Austriaco
Una calle del Madrid austríaco. Las tapias de un convento. Un casón de nobles. Las luces de una taberna. Un grupo consternado de vecinas, en la acera. Una mujer, despechugada y ronca, tiene en los brazos a su niño muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala. MAX ESTRELLA y DON LATINO hacen un alto.
ESCENA 11.
El círculo dantesco.
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Cementerio
Miseria y Hambre Producciones.