Café
Alejandro Sawa Martínez fue un escritor y periodista español, que formó parte de la bohemia finisecular madrileña. Sawa, que murió pobre y ciego, habiendo perdido la razón, inspiró a Valle Inclán para crear su personaje de Max Estrella en Luces de bohemia.
Pero vivir de lo que se imagina nunca fue fácil y, dadas las condiciones sociales de éstos a los que se les llamó “gente nueva”, sucedió con frecuencia que fueron dando el paso de las ilusiones al alcoholismo para no sentir con tanta nitidez el aniquilamiento del fracaso y la injusticia social.
MAX: (…) Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO:¿Y dónde está el espejo?
MAX: En el fondo del vaso.
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Taberna de Pica Lagartos
En la taberna de Pica Lagartos (ubicación) acaba y empieza todo y se debe a la estructura circular de LDB. Así, en la última escena, doce horas después de la muerte de Max, Latino completa el círculo que empezaron en la escena III, al volver a la taberna de Pica Lagartos para gastar el dinero obtenido con el décimo premiado, que le robó a Max en su último suspiro.
ESCENA 3.
Dos quinces de morapio.
El número capicúa del décimo (5775), es decir, números que se repiten al principio y al final, como reflejados en un espejo, forman un pequeño círculo dentro de otros círculos concéntricos (dibujo que relaciona las escenas), que reflejan la circularidad de la estructura. Otro de esos círculos concéntricos, uno más amplio, abarca desde la primera escena en la buhardilla de Max Estrella, con la invitación al suicidio colectivo, hasta la escena final cuando llega a la taberna la noticia de la muerte misteriosa de dos señoras en la calle Bastardillos: la esposa e hija del poeta y con la duda que deja en el aire el titular de prensa: “¿Crimen o suicidio? ¡Misterio!”.
La taberna de Pica Lagartos es el reino del morapio y del rute, de bebidas corrientes y de alta graduación que aceleran la intoxicación etílica. Allí Max, junto a Latino, es una sombra que bebe y que fraterniza con la lotera y su amante, el tabernero y el borracho que hace la huelga ante el vaso de vino. Empujado por unos y otros termina por mandar la capa a empeñar para comprar el décimo de lotería quedando desposeído de todo abrigo el resto de la noche.
“Los idiomas nos hacen y nosotros debemos deshacerlos. Triste destino el de aquellas razas encerradas en el castillo hermético de sus viejas lenguas, como las momias en las remotas dinastías egipcias, en la hueca sonoridad de las Pirámides”
La Lámpara maravillosa Ramón María del Valle -Inclán.
Valle-Inclán, refleja a través del habla de los personajes que habitan la taberna, la voz de las calles de la capital. Este lenguaje contiene vulgarismos, voces gitanas y creaciones claramente madrileñas (“beatas” por pesetas o “ir al Viaducto” por suicidarse) que ya el género chico, los sainetes y los escritores casticistas habían empleado como parte de un costumbrismo sin mayor transcendencia.
Las voces que surgen estridentes de las sombras de la taberna o de las masas que corren por las calles y que entran en la taberna en busca de refugio de la violencia que en la calle ejerce Acción Ciudadana, tratan de ser reflejo de la vida. Valle-Inclán no quiere arrullar musicalmente al lector con la lengua pulcra de la literatura modernista que él mismo ha cultivado, sino sacudirle, despertarle haciéndole escuchar la voz de la calle, la que sobrelleva la angustia y la injusticia de cada día y de la lucha inaplazable y continua contra la miseria. No en vano, LUCES DE BOHEMIA aparece en respuesta a la necesidad de su autor de enfrentarse con la cuestión del compromiso social.
En contraste con la obra anterior de Valle-Inclán, LDB dramatiza la realidad cruda del Madrid moderno.
CLAUDINITA: ¿Sabes dónde acaba todo esto? ¡En la Taberna de Pica Lagartos!
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San Ginés
La Buñolería Modernista está abierta de manera ininterrumpida en el Pasadizo de San Ginés desde 1894. Fue llamada el “Maxim’s Golfo”, ya que cuando echaban el cierre todos los cafés y tabernas de Puerta del Sol, era el único establecimiento abierto que recogía entre sus vahos de aceite y de aguardiente y su café de recuelo a una clientela aterida y heterogénea que incluía madrugadores, bohemios, noctívagos y ratés (Perdidos, fracasados).
“En el cafetín que hay en sus adentros hemos pasado muchas veces las últimas horas de la madrugada y hemos recibido junto a los buñuelos (pompas del alba)aguardiente en taza que nos despachaban por recomendación, y que más que por las autoridades era disimulado para que no se diesen cuenta de que nos lo expedían los mangantes de las otras mesas”.
Nostalgia de Madrid
Ramón Gómez de la Serna.
Por ese pasadizo de San Ginés, que aún conserva los faroles, se acercan Max y Don Latino, asidos del brazo y tambaleantes, posiblemente, tras cerrar las tabernas de Puerta del Sol. El suelo lleno de vidrios rotos y el frío que empieza a calar el cuerpo desabrigado y destemplado por el alcohol de Max. Ha empeñado la capa para comprar el billete de lotería y ahora tiene que correr hacia La Pisa Bien para recogerlo, pero también le saldrán al encuentro los Epígonos del Parnaso Modernista, quienes salen de su refugio apestoso de aceite para charlar ruidosamente con el Maestro. De los cafés o buñolerías salían aquellos bohemios literarios hacia los deseos de escándalo que producía la España de esos tiempos; deseos que solían terminar en la Delegación, la “delega” como se llamaba entonces a la comisaría. Igual protestaban desde los palcos de los teatros a base de pateo o se iban a la Plaza de Oriente a despertar al rey, y allí declamaban retazos de obras buenas y malas. Eras los tiempos de vivir todas las madrugadas, como riqueza tolerante de sus vidas pobres.
Max, en la puerta de la buñolería, se opone al escapismo idealista de los Modernistas, declara que se siente pueblo, pero el hecho es que es detenido, no por proclamar los derechos del proletariado, sino por mofarse del capitán de los équites municipales que no entiende los cuatro dialectos griegos y por estar curda. El espectro noctámbulo de Max Estrella, que igual lanza a la noche palabras latinas o habla de los dialectos griegos, pero “más chulo que un ocho”, así es: multiforme y fugaz como su propio lenguaje.
MAX: Condúceme a casa.
DON LATINO: Tenemos abierta La Buñolería Modernista.
MAX: De rodar y beber estoy muerto.
DON LATINO: Un café de recuelo te integra.
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Café Colón
El café era la caja de resonancia de las peroratas bohemias. Los artistas quemaban allí su pólvora de fuegos de artificio policroma, musical y plástica. El propio Valle-Inclán, tuvo durante muchos años tertulia en El Nuevo Café de Levante o Levante de Arenal, por ubicarse en el número 15 de esa calle. Entre los años 1908 y 1914 Ramón María del Valle Inclán tuvo su importante tertulia en este café con música con la asistencia de José Augusto Martínez “Azorín”, Rubén Darío, Santiago Rusiñol Prats, Julio Romero de Torres, Pío y Ricardo Baroja Nessi, José Gutiérrez Solana y el joven Rafael de Penagos Zalabardo, entre otros muchos.
A medida que la tertulia de Valle Inclán tomaba nombre y resonancia, muchos eran los que a ella se acercaban para escuchar o intervenir, mientras la música sonaba. Esto dio motivo a cierta confrontación entre melómanos y tertulianos hasta que un día Valle Inclán, que se distinguía entonces por su falta de oído musical, con voz áspera y sonora, gritó:
¡Que se calle Wagner, que no deja que se me oiga! Pero en aquella disputa ganó el alemán.
No fue en éste, sino en otro café donde se produjo el lance que dejaría manco a Valle-Inclán. Así lo cuenta Ramón Gómez de la Serna:
“En el Café de la Montaña (entre la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo), que es donde se reunían Valle, Benavente, Manuel Bueno, Fernández Bahamonte, Palomero y Ricardo Baroja, se puso a discutir aquel duelo pendiente.
- Es inútil que traten ustedes ese duelo – dijo Manuel Bueno-. No puede verificarse porque Leal da Cámara no tiene edad para batirse.
- No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de ezo- replicó Valle-Inclán.
Manuel Bueno, al oírse insultado así, dio un paso atrás y levantó en el aire su bastón con barra de hierro.
Valle agarró una botella de agua por el cuello, como si manejase un as de bastos, y, llenando de agua a todos, dio lugar a que Manuel Bueno descargara el bastonazo; pero con tanta mala fortuna que le incrustó en la carne el gemelo del puño.
Todo se arregló de momento, pero al día siguiente se gangrenaba la pequeña herida y el médico dijo a Ruiz Castillo y a Benavente que había que cortar el brazo. Se consultó con don Ramón y éste dijo que sí, que lo amputasen, pero sin cloroformizarle, y hasta hay hasta quien dice que se cortó parte de la barba para ver bien la operación, añadiendo con mayor exageración que hubo que rectificar y cortarle por más arriba, ¡presenciando también don Ramón el segundocorte operatorio fumándose un puro! (…) Por cierto que ese parecido con Cervantes, que fue manco por un tiro de arcabuz en la batalla de Lepanto, quedándose solo una extraña gafedad en la mano, estaba enorgulleciendo demasiado a don Ramón, hasta que una noche, en que presumía más de costumbre de su manquedad cervantina, don Jacinto le dijo: ¡Que no fue en Lepanto, Ramón!”
Don Ramón María de Valle-Inclán
Ramón Gómez de la Serna.
Pero el del café es un lujo que Max Estrella no puede permitirse, no hasta esta noche. Para ello, ha tenido que tocar “el fondo” del infierno, el de los “reptiles”, y aceptar un sueldo de “los fondos” de la policía que le ofrece le Ministro.
Paco, a pesar de la antigua vocación literaria y la amistad juvenil que le une a Max, demuestra completa insensibilidad ante su situación cuando responde a sus quejas diciendo que envidia su humor. Aunque Estrella ha ido a pedir un desagravio para su dignidad y un castigo para los guardias no alcanza ninguna de las dos cosas. Con los billetes que el Ministro deja en la mano del bohemio, Max intenta refugiarse una vez más en el reino del arte ilusionado.
Ahora pisa el Café Colón presidido por el ídolo índico, maestro del modernismo y de su estilo idealista, Rubén Darío. Al cruzar el dintel, Max y Latino son transfigurados por el triple ritmo de la luz en los “empañados espejos” multiplicadores, del “compás canalla de la música” y del “vaho de humo penetrado del temblor de los arcos voltaicos” da a toda la escena una geometría absurda. Por la descripción que hace Valle-Inclán en la acotación, podría tratarse del Café Universal que estaba en el número 14 de la Calle de Alcalá.
Aquí Max, la Mala Estrella es “Estrella resplandeciente”, y Rubén lo elogia como un San Martín de Tours pues viene a compartir su capa trasmudada en cena con él. Max gasta el dinero de los “reptiles”y, por un momento, gracias al sortilegio del alcohol y de la música de opereta acentuada por las cucharillas en los vasos, los tres desterrados vuelven a su paraíso y, hablando en francés “recuerdan y proyectan las luces de la fiesta divina y mortal. “¡París! ¡Cabarets!, ¡Ilusión! y en el ritmo de las frases, desfila con su pata coja, Papá Verlaine.”
Los fragmentos modernistas que se esparcen en LDB contribuyen a dar la impresión de gente que vive enajenada de literatura, esclava de su pequeña cultura, de su erudición en versos y desdichas. Pero donde podemos apreciar más ceñidamente cómo el habla sirve para retratar con indelebles apuntes una personalidad, es en la aparición de Rubén Darío. El poeta nicaragüense se mueve, en gran parte en un café, bebiendo, lejano, ausente, forcejeando por «distinguir eses y cedas».
Y el gran recurso de su diálogo es repetir copiosamente la palabreja alta de la época: «Admirable». Otro tanto pasa en la escena del cementerio. Entre el ir y venir chocarrero y plebeyo de los sepultureros, la tarde desangrándose, asistimos al entierro del modernismo a la vez que a los repetidos «admirables», ya sin sentido ante la gran verdad definitiva del silencio total. La última palabra que Rubén pronuncia en el camposanto es la misma que la primera que pronuncia en el café:
«Admirable». Entre los cipreses funerales se ha quedado acallado ya el Modernismo; un estilo literario deslumbrante, delicado, orfebral, creador de mundos autónomos pero llenos de fisuras y ajenos al imperio de la hora.
“Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje” (…)
Los senderos ocultos (1911)
Enrique González Martínez